El 16 de julio, hace apenas cinco días, Reinaldo Arenas
hubiera cumplido 70 años. En la actualidad, muchas personas a esa edad se
mantienen sanas y vitales. El escritor cubano no tuvo esa dicha, muy enfermo se
suicidó el 7 de diciembre de 1990 a los 47 años. Había llegado al exilio a
través del éxodo del Mariel en 1980, cuando más de 125 mil cubanos arribaron a
las costas de la Florida tras los sucesos de la embajada de Perú en La Habana.
Solamente 10 años, de 1980 a 1990, tuvo Reinaldo para vivir la libertad
alcanzada. En ese lapso, a pesar de las dificultades que tuvo con su estatus
migratorio, pudo viajar, algo con lo que siempre soñó, por varios países de
América Latina y por Europa, principalmente España y Francia, donde compartió
con entrañables amigos como Jorge y Margarita Camacho, que lo apoyaron –y
ayudaron hasta el final– desde que lo conocieron en La Habana en 1967 durante
el famoso Salón de Mayo.
Reinaldo sacó clandestinamente El
mundo alucinante y en 1968 se publicó en
Francia ganando el premio a la mejor novela extranjera. Eso no hizo más que
empeorar las cosas. La UNEAC tenía ya en su poder El
palacio de las blanquísimas mofetas, la segunda novela de lo
que años después se conocería como su pentagonía. Tampoco la publicaron. En
realidad no le publicaron nada más. Pero eso no amilanó al escritor, que cada
día escribía más. El problema para él era ahora dónde guardar, esconder, tal
volumen de papeles. En esos años setenta escribió, aparte de lo mencionado, El
central, Arturo, la estrella más brillante, Morir
en junio y con la lengua afuera, Que
trine Eva, El asalto, Otra
vez el mar, amén de cuentos y poemas –entre ellos Cien
sonetos infernales, de los cuales, lamentablemente, se
conservan muy pocos– y fundó en el Parque Lenin una revista literaria, Ah
la marea.
La búsqueda desenfrenada por parte de la policía del
manuscrito de Otra vez el mar es uno
de los hechos más vergonzosos en la historia de la literatura cubana. Sus
amigos fueron acosados con saña. Al final la policía se hizo con el manuscrito,
lo que obligó al autor a reescribirlo. Todo un gobierno, todo el poder de un
estado policiaco contra un escritor y una novela.
En libertad, como se apuntó, sólo tuvo 10 míseros años,
para revisar, corregir y ordenar la montaña de papeles escritos en Cuba. Aun
así escribió y publicó cosas nuevas, entre ellas, las novelas El
portero,La loma del Ángel y El
color del verano; con esta última concluía su
pentagonía. Asistió a congresos denunciando a la dictadura que le hizo la vida
imposible, lo que motivó que la izquierda académica y las grandes editoriales
que a su llegada lo acogieran, le cerraran las puertas. Sus últimos libros los
publicó con Ediciones Universal de Juan Manuel Salvat, en Miami. También,
viajó, conoció mundo, amó lo que pudo, consciente de que tenía que hacerlo
todo, “rápido, rápido, porque la vida está pasando” y que “la vida es riesgo o
abstinencia”.
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