La peor consecuencia de este arreglo entre reformistas e inmovilistas es que asume la oposición al Gobierno como oposición a la reforma, cuando no necesariamente es así. Buena parte de la oposición lleva décadas demandando pacíficamente algunas de las mejoras en los derechos económicos y civiles que podría adoptar el régimen de la isla. Al presentar a los opositores como enemigos de la reforma, el régimen reinventa una vez más la categoría de "contrarrevolucionarios". Estos últimosno serían, ahora, los enemigos de Fidel y la Revolución sino los enemigos de Raúl y la Reforma.
Es interesante observar en el lenguaje de los blogs y publicaciones oficiales y en la propia jerga legal y penitenciaria que acompaña los últimos episodios de represión, esta transferencia de la enemistad a Raúl, al Partido y a la supuesta "voluntad de cambiar" de ambos. Los opositores comenzarían, entonces, a ser tratados como enemigos del cambio, como actores políticos que boicotean la apertura, lo cual es un modo eficaz de cuestionarlos como interlocutores de la comunidad internacional y la ciudadanía insular. A ese fin está dirigida la estrategia mediática del poder cubano.
Rafael Rojas: Reforma y represión en Cuba