Cincuenta años después, con
las selvas del Congo ya lejanas en su memoria, sentado en la sala de su casa de
Miami, a Juan Tamayo le impacienta el próximo encuentro con aquella niñita
rubia que estuvo sentada silenciosamente en sus piernas mientras él descargaba
peine tras peine de su ametralladora calibre .30.
Las fuerzas cubanas
rivales descubrieron la presencia del otro durante un bombardeo aéreo de la CIA
a posiciones ocupadas por la guerrilla, cuando las tropas terrestres y los
pilotos empezaron a gritarse palabrotas unos a otros en español. Luego,
pelearon cara a cara en las riberas del lago Tanganika
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