Iba rumbo al happening
cuando le paso por adelante al edificio de apartamentos donde mi mama, mi papa
y yo, vivimos los primeros cinco años de nuestro exilio en lo que entonces
empezaba a conocerse Pequeña Habana de Miami.
Iba rumbo al happening
cuando le paso por adelante donde el edificio de apartamentos estaba mejor
dicho. Fue un shock ver el vacio, bueno
no vacio, ahora junto a lo que eran también apartamentos a un lado y al otro,
de izquierda a derecha mirando de frente a lo que fue una vez el 720 S.W. 7
Street de la ciudad por unas siete décadas, estacionamiento de automóviles.
Carros. A ver, un parqueo. No en
serio. Ahora donde me la pase unos
cuatro años escondido desde la llegada mía con mis padres a esta Tierra de
Libertad, tumbado para hacer espacio a los vehículos que creo son de Brickell
Motors, antiguo Potamkin Chevrolet de al cruzar la calle, en la esquina.
El apartamento número tres
fue mi escondite en el edificio en cuestión ya que por aquellos tiempos era común
que los apartamentos que se alquilaban mostraran bien claro el letrero que
rezaba “no children, no pets”. También habían
otros letreros con otros "no” que por dicha mi edificio de infancia no lo
llevaba puesto.
Así fue que a unos cuatro
años de entrar y salir por la puerta de atrás y de no hacer bulla cuando
estaba, el dueño del edificio, un yuma que vivía con su esposa al lado, en una
estructura de una planta, el mío era de dos, de los derrumbados, se desayuna de
mi existencia. Poco después aquel viejo
americano empezó a alquilarles a familias con niños.
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