miércoles, 14 de febrero de 2024

Un cuento corto por San Valentín

Yo sabía que lo que me estaba pasando, que lo que yo estaba viviendo era demasiado bueno, demasiado rico para que durara.  Era cuando en el exilio todavía habíamos cubanos que creíamos en la lucha armada, que podíamos liberar a nuestro sufrido pueblo por las armas.  Siempre había sido así con nosotros.  Siempre por la fuerza había los cubanos hecho su historia, logrado nuestra independencia, derrocado dictaduras.  

Yo, Valentín Valencia, con un puñado de hermanos de causa nos dábamos cita todos los fines de semana con fusil en mano y vestidos de camuflaje en los Everglades del sur de la Florida.  

Yo, Valentín Valencia, con dos hijos ya hechos hombres y una esposa de mi misma edad era el único de mi ámbito enfrascado en dicha contienda que ahora me es obvio lo que a mis amigos y familia les era, aquello era quijotesco total. 

Ella, Valeria Espinosa, se nos apareció una buena mañana en el campamento para entrevistarnos para un artículo que nos dijo seria y fue, primera plana del periódico más leído de Miami.  

Ella, Valeria Espinosa, se le había encargado ir a la manigua donde los manglares y entrevistarnos a los comandos de la agrupación paramilitar anticastrista más reconocida de la historia de aquel presente de Cuba y su exilio. 

Se nos apareció aquella buena mañana con aquel cabello azabache largo y aquella piel perla blanca.  Nos miraba con sus ojazos hechiceros que te insistían les fijaras la vista porque ya nada era más digno de ver.   

Conexión total a primera vista con esa alta flaca eléctrica que vino aquella buena mañana para hacer periodismo y término esa misma noche siendo el amor de mi vida.

Aquella primera noche nuestra lo hicimos en su carro, vehículo que se convirtió nuestro modus operandi.  Valeria tenía un talento que jamás había conocido y jamás iba a conocer con otra mujer.  Valeria tenía veintipocos años de edad pero sabía, ¿mujer al fin?, más que yo a mis cuarentitantos a la hora de los mameyes.  

Cosa del destino.  Así nos parecía lo de nuestros nombres Valeria y Valentín.  Cosa del destino.  Y fue el destino que quiso hiciera pasarme de ir los fines de semana a los Everglades cuando lo que iba era a la playa con Valeria.  Nuestra playa, rinconcito donde sabíamos nadie que nos conocía iba a estar, nos iba a ver.  Cosa difícil, lugar difícil de encontrar en un Miami que es un pañuelo.  Cosa del destino.  

Mi mundo, también el de ella, con el paso del tiempo se viró al revés.  Con el paso del tiempo lo fui dejando todo, mi hogar, mis horas de overtime en mi trabajo y hasta los fines de semana con fusil en mano vestido de camuflaje.

Cosa del destino.  La flaca se me rajó.  Quizás fue cosa de los muchos años que nos separaban.  Quizás fue cosa de ser solo su juguete de amor como dice la canción.  

Cosa del destino.  Y ahora me paso la vida pensando sus gruesos labios que lleva entre sus largas piernas, pensando en su talento en la cama pero sobre todo, pensando aquel cabello azabache largo y aquella piel perla blanca.  Me la paso escuchando su voz, ¿he hablado de su exquisita voz?  ¡Las cosas que me decía!, su descomunal sentido de humor pero sobre todo, me la paso pensando sus ojazos hechiceros que te insisten le fijes la vista porque ya nada es más digno de ver.  


Nota del blog: Los nombres, lugares y hechos han sido alterados para proteger a inocentes y no tan inocentes.  

Blogger como en otros posts aquí haciendo de las suyas y esta vez los tamaños de las letras cambian de un párrafo a otro.        

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