martes, 23 de diciembre de 2014

Es un diálogo entre dos naciones, no un debate nacional interno: Alejandro Armengol

Curioso que uno de los puntos más significativos del discurso de Castro, durante la clausura del último período ordinario de la Asamblea Nacional del Poder Popular de este año, casi no se ha comentado en esta ciudad, cuando fue dirigido fundamentalmente a Miami y Washington.

Castro ofreció garantías de que su gobierno no boicoteará las negociaciones, como temen algunos analistas y añadió que se “tomarán medidas” para prevenir hechos que puedan obstaculizar el diálogo.

Este hecho abre nuevas perspectivas. No se trata de creer al pie de la letra lo que dice el gobernante. Es algo más simple: no se inicia un diálogo buscado en los últimos años para romperlo de la noche a la mañana. Se sabe que no está dispuesto a ceder en aspectos esenciales —democracia, derechos humanos—, pero hay otras cuestiones en que mostrará mayor flexibilidad. Que estas cuestiones no resulten las fundamentales para la oposición cubana no deja fuera la posibilidad de que se pueda lograr cierto provecho de ella. Sobre todo si se parte de una premisa fundamental: es un diálogo entre dos naciones, no un debate nacional interno. Hasta dónde llevará Washington los reclamos democráticos es la gran interrogante, donde lo mejor es no colocar muchas esperanzas, pero también resulta contraproducente un rechazo de plano. Será cínico pero es también realista: ¿con cuántas divisiones cuenta la oposición, salvo más bien el estar dividida? No es que se aplauda que la moral quede fuera de la mesa de negociaciones, sino que se prefiera abandonar cualquier intento a su entrada —aunque sea limitada— bajo el manto de la intransigencia.

Ampararse en la naturaleza pérfida del régimen, para rechazar el diálogo, puede reportar dividendos en el exilio y cierta satisfacción personal, pero poco ayuda en el esfuerzo por avanzar por un camino largo y difícil. Atrincherarse en juicios pasados sobre la actuación del gobierno evidencia conocimiento del pasado, pero también ignorancia del presente.

Si bien es cierto que el embargo comercial de EEUU hacia el gobierno cubano ha sido usado como coartada por la élite gobernante, también lo es que bajo el mando de Raúl Castro hay un interés de dejar a un lado esa ganancia colateral para enfrentar los aspectos que en realidad afectan sus planes económicos, que se resumen en la explotación del puerto del Mariel, la inversión extranjera, el turismo e incluso la exploración petrolera.

Que por décadas las quejas sobre el embargo, y el argumento de plaza sitiada, fueran parte esencial de la retórica del régimen no implica que en un momento determinado puedan ser echados a un lado.

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