Curioso que uno de los
puntos más significativos del discurso de Castro, durante la clausura del
último período ordinario de la Asamblea Nacional del Poder Popular de este año,
casi no se ha comentado en esta ciudad, cuando fue dirigido fundamentalmente a
Miami y Washington.
Castro ofreció garantías
de que su gobierno no boicoteará las negociaciones, como temen algunos
analistas y añadió que se “tomarán medidas” para prevenir hechos que puedan
obstaculizar el diálogo.
Este hecho abre nuevas
perspectivas. No se trata de creer al pie de la letra lo que dice el
gobernante. Es algo más simple: no se inicia un diálogo buscado en los últimos
años para romperlo de la noche a la mañana. Se sabe que no está dispuesto a
ceder en aspectos esenciales —democracia, derechos humanos—, pero hay otras cuestiones
en que mostrará mayor flexibilidad. Que estas cuestiones no resulten las
fundamentales para la oposición cubana no deja fuera la posibilidad de que se
pueda lograr cierto provecho de ella. Sobre todo si se parte de una premisa
fundamental: es un diálogo entre dos naciones, no un debate nacional interno.
Hasta dónde llevará Washington los reclamos democráticos es la gran
interrogante, donde lo mejor es no colocar muchas esperanzas, pero también
resulta contraproducente un rechazo de plano. Será cínico pero es también
realista: ¿con cuántas divisiones cuenta la oposición, salvo más bien el estar
dividida? No es que se aplauda que la moral quede fuera de la mesa de
negociaciones, sino que se prefiera abandonar cualquier intento a su entrada
—aunque sea limitada— bajo el manto de la intransigencia.
Ampararse
en la naturaleza pérfida del régimen, para rechazar el diálogo, puede reportar
dividendos en el exilio y cierta satisfacción personal, pero poco ayuda en el
esfuerzo por avanzar por un camino largo y difícil. Atrincherarse en juicios
pasados sobre la actuación del gobierno evidencia conocimiento del pasado, pero
también ignorancia del presente.
Si bien es cierto que el
embargo comercial de EEUU hacia el gobierno cubano ha sido usado como coartada
por la élite gobernante, también lo es que bajo el mando de Raúl Castro hay un
interés de dejar a un lado esa ganancia colateral para enfrentar los aspectos
que en realidad afectan sus planes económicos, que se resumen en la explotación
del puerto del Mariel, la inversión extranjera, el turismo e incluso la
exploración petrolera.
Que por décadas las quejas
sobre el embargo, y el argumento de plaza sitiada, fueran parte esencial de la
retórica del régimen no implica que en un momento determinado puedan ser
echados a un lado.
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