Muchos de los que
asistimos a la Plaza de la Revolución fuimos detenidos al salir de ella y
algunos lo fueron incluso cuando solo intentaron salir de su casa. Los agentes
de la Seguridad del Estado no arrestaban a ninguno en la misma Plaza, sino
fuera de ella, con cierto sigilo, pero con una actitud amenazante y nerviosa
que prometía llegar a la violencia si era preciso.
Como a la mañana
siguiente, ya 31 de diciembre, no hubo ninguna liberación, nuestros gritos a
coro se hicieron más intensos y frecuentes. Las decenas de presos comunes que
pasaban en fila, muy cerca, para entrar o salir del comedor, se asombraban
escuchando frases como ¡Viva Cuba Libre!, ¡Castro, traidor, asesino y
dictador!, ¡Vivan los derechos humanos!, ¡Abajo los secuestradores de la Seguridad
del Estado! y muchas otras, a todo pulmón.
Los gritos a coro se
hacían particularmente fuertes cuando veíamos pasar a Danilo Maldonado, El
Sexto, a quien tenían recluido con los presos comunes porque, varios días antes
había intentado un fabuloso performance en el Parque Central: liberar, en medio
del gentío, una cerda a la que pintó el nombre de Raúl y un cerdo con el nombre
de Fidel.
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