Ese profundo parecido psicológico y conductual de Trump con el fundador del castrismo no parece molestar a muchos de mis compatriotas. Como si el cambio de la guerrera por el traje, la barba por la cuchilla de afeitar y el atacar al capitalismo en lugar de al comunismo fuera suficiente para disfrazar la esencial comunidad de carácter. Como si lo que les incomodara de Fidel Castro no fuera su autoritarismo o su desprecio por el prójimo no partidario, si no en nombre de qué ideología los justificaba. Por mi parte, estoy convencido de que el carácter define mejor a alguien que sus preferencias ideológicas o su vestuario. ¿Acaso el mismo Trump no se había registrado como republicano en 1987, demócrata en 2001, para volver al redil republicano en 2012?
¿Qué (no) hemos aprendido los cubanos?
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