jueves, 10 de abril de 2025

De poco ha valido el esmero que ha puesto Trump en parecerse a nuestro viejo caudillo: no han bastado sus ademanes de matón, su sobrecogedora inmodestia, sus proyectos megalómanos e impracticables, su desprecio por el sentido común, por las leyes y las instituciones vigentes, por los modales y la inteligencia ajena, por los medios que no le son favorables o por los trámites democráticos. O en su insistente conversión en “enemigos del pueblo” de todo el que le lleve la contraria, empezando por los periodistas. Como diría un propagandista del estalinismo temprano: “Es enemigo quienquiera dé la impresión, por signos físicos, psíquicos, sociales, morales u otros, de estar en desacuerdo con el ideal de la felicidad humana”.: Enrique Del Risco

Ese profundo parecido psicológico y conductual de Trump con el fundador del castrismo no parece molestar a muchos de mis compatriotas. Como si el cambio de la guerrera por el traje, la barba por la cuchilla de afeitar y el atacar al capitalismo en lugar de al comunismo fuera suficiente para disfrazar la esencial comunidad de carácter. Como si lo que les incomodara de Fidel Castro no fuera su autoritarismo o su desprecio por el prójimo no partidario, si no en nombre de qué ideología los justificaba. Por mi parte, estoy convencido de que el carácter define mejor a alguien que sus preferencias ideológicas o su vestuario. ¿Acaso el mismo Trump no se había registrado como republicano en 1987, demócrata en 2001, para volver al redil republicano en 2012?

¿Qué (no) hemos aprendido los cubanos? 

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