De las memorias de Juanita Castro contadas a María Antonieta Collins:
Si Virginia no hubiera sido mi interlocutora, seguramente hubiera cortado la conversación por peligrosa, aunque nadie hubiera podido escuchar, ya que ella hablaba en un tono de voz tan bajo, que era casi imperceptible.
-No temas Juanita, que esta gente es de primera línea. Gente muy importante quiere conocerte y hacerte un planteamiento.
-¿De quién estamos hablando, Virginia? –alcancé a decirle sorprendida-. Porque ese tipo de ayuda para las labores que desempeñamos no puede aceptarse de cualquiera, usted sabe lo riesgoso que es colaborar con la gente que se opone al régimen.
-Yo lo sé, y es por eso que ellos, que han seguido todos tus pasos, me pidieron que hablara contigo.
Virginia se levantó del sofá donde nos encontrábamos sentadas y me hizo señas de salir a la terraza para seguir hablando.
-Se trata de la CIA, Juanita.
-¿Usted está involucrada con ellos, Virginia?
¡Que rostro habré puesto para que Virginia de inmediato comenzara a darme detalles para calmarme!
-Sí- me respondió-, y te repito, no tienes nada que temer, ya que es más peligroso que continúes tu labor sola.
-¿Y qué puedo hacer yo en la CIA, Virginia?
-Mucho, Juanita, mucho. Fundamentalmente, lo mismo que estás haciendo ahora, pero con organización, con metas para lograr, con recursos que solucionen muchos problemas para la gente que necesita salir de Cuba. En fin, una gran cantidad de cosas que yo desconozco. Pero eso es precisamente lo que “ellos” quieren hablar contigo, personalmente, aunque por razones obvias no puede ser aquí en Cuba. Necesitamos ir a otro país para disminuir los riesgos.
Mis preguntas de inmediato la abrumaron: ¿Quiénes serían “ellos”? ¿Dónde los conocería? ¿Qué me querían proponer?
-Mira, Vasco y yo partimos la semana entrante. Primero vamos a Brasil a recibir instrucciones, lo que nos llevara unas semanas antes de irnos a Moscú, así que eso es perfecto para que tú y yo nos reunamos con ellos en la Ciudad de México en dos semanas más. Podrías hacer un viaje para visitar a Enma, eso no levantaría ninguna sospecha. Además, quiero decirte algo que te dará confianza: yo se que tu vas a entender la propuesta, pero de la misma forma, si decides no aceptarla, lo dices, y será como si estas pláticas nunca hubieran existido.
Mi situación era tal, con todos los acontecimientos que se habían sucedido, que no dudé ni un instante en aceptar aquel encuentro que se llevaría a cabo en México.
-Esto va a dar un giro positivo a tu lucha, Juanita, créeme-.
Al salir de la residencia de los embajadores aquella tarde, iba tranquila, analizando todo y sin pensar que nada malo me fuera a ocurrir, especialmente porque Virginia Leitao da Cunha era una mujer que sabía cómo enfrentar cualquier situación peligrosa. Ella jamás me hubiera arriesgado, ni se hubiera arriesgado a descubrirse si aquello que le pidieron que hiciera, es decir, ser el contacto de sus “amigos” conmigo, no fuera lo suficientemente serio. Sin embargo, el nombre que había pronunciado resonaba impresionantemente en mis oídos: CIA, la C-I-A. ¡El enemigo más grande del régimen al que Fidel consideraba como el Apocalipsis, era quien me buscaba! Y la persona que me estaba llevando con ellos era nada más y nada menos que la esposa del embajador de Brasil, no sólo amiga mía, ¡sino quien había sido una fiel seguidora de Fidel! Una mujer valiente y justa, que conocía profundamente la situación en Cuba.
Recordé entonces la anécdota ocurrida en la primera fiesta que una embajada diera al nuevo líder cubano tras el triunfo de la Revolución y que reflejaba la gran simpatía que había entre los embajadores y Fidel. Fue un evento organizado por Virginia y Vasco, en el cual el cuerpo diplomático en pleno –del aquel ellos eran los decanos en Cuba- recibió a Fidel y se puso a su disposición. En aquel evento también sucedió un incidente, que pudo haber sido un escándalo público si se hubiera tratado de otras personas.
Resulta que en el curso de la fiesta, Fidel fue al baño, se quito la pistola del cinto, y cuando salió, se le olvido ponérsela. La pistola quedó ahí, y Fidel continuó en la fiesta de lo más entretenido. De pronto, se dio cuenta que le faltaba su pistola. Se armó un corre y corre entre su escolta personal. El asunto se manejó con mucha discreción, pero lo peor era que ¡la pistola había desaparecido! Alguien se la había llevado.
En otras circunstancias, aquello hubiera bastado y sobrado para detener la fiesta y hacer una revisión exhaustiva a los invitados, pero tratándose de Vasco y Virginia Leitao da Cunha, que eran amigos tan cercanos y estaban apenadísimos, no sucedió nada. Sin embargo, José Abrantes, el poderoso ministro del Interior, parte del séquito permanente de Fidel y presente esa noche, se puso a armar el rompecabezas para encontrar a quienes habían entrado al baño después de Fidel.
Ana Ely Esteva, una de las invitadas, ya que en ese entonces era una apasionada de la Revolución, se encontraba en un saloncito frente al baño, el mismo en donde todos los asilados nos reuníamos meses antes, a escuchar por la radio las noticias de la Sierra Maestra a través de Radio Rebelde. Cuando Ana Ely se dio cuenta de lo que sucedía, vino a contármelo de inmediato.
-Le robaron la pistola a Fidel, ¡no te imaginas lo que ha pasado Juanita! Ahora no quieren que se arme ningún escándalo, pero resulta que alguien se la llevo del baño. La verdad es que en el grupo donde me encontraba no me di cuenta de nada porque nosotros estábamos oyendo las historias que contaba el Che.
Pocos se percataron de que había un problema. Después de un rato, Fidel se retiro de la recepción sin su famosa pistola, la cual siempre llevaba al cinto.
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