Por estos días me viene a la mente cuando toda mi familia pasábamos la Nochebuena en casa de mis abuelos en Unión de Reyes. Abuelo Papo hacia un lechón asado, un puerco que había sido criado en el patio de la casa. El lechón lo asaba abuelo en el mismo patio. El mismo patio cuyo gigantesco árbol bautizo mi amor por la naturaleza.
Por estos días me viene a la mente cuando abuelo, después de haber criado el cerdo para comerlo en la Nochebuena, en vísperas, lo mataba con un cuchillo. Los chillidos de aquel animal mientras era acuchillado me daban horror. Ver aquel espectáculo ponía mi piel de gallina, erizaba yo.
Por estos días me viene a la mente como en casa de mis abuelos en Unión, había de todo para comer. En Matanzas, donde vivía con mis padres, faltaba de todo. Por ahí hay una foto de un cumpleaños mío en la que estoy frente a un cake y unos refrescos. ¿Refrescos? Yo no recuerdo eso en Matanzas. Mucha agua con azúcar era lo que me daba la vieja para tomar como refresco.
Pero voy al asunto. Aquellas Nochebuenas en Unión han sido las que mejor he pasado. Luego en el exilio, en el Miami de los 60, las replicábamos en casa de mi tía Olga. Muy buenas que las recuerdo, pero esas eran sin los abuelos, tíos y primos que se quedaron en Cuba.
Posteriormente, con las muertes y separaciones geográficas, iba a celebrar la fecha en casa de mi hermano Hugo. Mi amigo de la infancia protagonizaba todo un ritual asando el lechón. Me hacia venir a la mente el de mi abuelo. Y la verdad es que le quedaba el puerco a Hugo, tan rico como el de Papo.
Por estos días me viene a la mente esas Nochebuenas, que con las muertes y separaciones geográficas han pasado. Para esta Nochebuena, lechón asado por supuesto. Pero ya no es lo mismo, ni se escribe igual.
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