Nacer en Cuba me proporcionó una singular forma de mirar al mundo. Rodeada de agua por todas partes, me asfixiaban las dificultades para comunicarme por vía telefónica, para acceder a publicaciones extranjeras o navegar en Internet. A eso se le agregaban las infranqueables restricciones migratorias que han limitado y limitan nuestra salida de las fronteras nacionales. Terminé sufriendo una gran angustia: quería saber qué ocurría más allá del horizonte. El adverbio afuera cobraba en mí connotaciones míticas, como esas regiones "al otro lado de la montaña" donde habitaban los dioses y los pánicos de mis lecturas infantiles. De ahí que empecé a soñar con la posibilidad de abrir una ventana propia para asomarme al mundo.
Fueron los avances tecnológicos, y no las conquistas políticas, los que me dieron la posibilidad de tener al menos una rendija por donde podía hacer dos cosas: enterarme de lo que pasaba en el exterior y mostrar mi realidad tal cual yo la veía. En esta "isla de los desconectados" el acceso a Internet comenzó siendo un privilegio para las personas políticamente correctas y para turistas hospedados en la capital; aún resulta imposible contratar legalmente una conexión doméstica y se requieren muchos permisos para acercarse al ordenador conectado a la red. Aun así, he podido arreglármelas para saltar el muro y asomarme al ciberespacio.
Con la desesperanza de un náufrago que arroja al mar una botella con un SOS, en abril de 2007 abrí mi blog Generación Y. Las olas fueron y vinieron, medio año más tarde el mensaje fue encontrado y divulgado por otros medios. Al principio creyeron que yo no existía o que se trataba de un truco publicitario del gobierno cubano para hacer creer que se estaban permitiendo espacios de libertad. Luego vinieron los comentaristas que convirtieron mi bitácora en una plaza pública de discusión y finalmente las entrevistas, las invitaciones y los premios. Lo mejor, sin embargo, fue que aparecieron nuevos blogs y la tímida rendija terminó por convertirse en un ventanal.
Mis estudios universitarios de Filología y mi empedernido hábito de lectura me facilitaron aquello de colocar una palabra detrás de la otra con alguna coherencia y pretendiendo un estilo. Pero había otra sintaxis que yo desconocía, regida por nuevas reglas de comunicación. Escribir y bloggear no son sinónimos y una página y una pantalla son cosas bastante diferentes. Así que tuve que aprender, buscando aquí y allá, pidiendo folletos, libros y consejos y sobre todo poniendo en práctica lo recientemente descubierto. Junto a los nuevos bloggers que iban surgiendo ensayamos un intercambio de conocimientos a través de un itinerario de encuentros y seminarios. Después nos atrevimos a fundar una Academia Blogger en la que me tocó poner al descubierto las tripas de WordPress.
Este libro que presenta ahora la editorial Anaya es como el plano de un tesoro, hecho por una aventurera expedicionaria de la red. Quienes sigan la ruta aquí sugerida, se ahorrarán los falsos caminos en los que me vi perdida más de una vez y tendrán a su disposición sorprendentes atajos, tanto para dar pasos seguros como para atreverse con saltos espectaculares. El hecho de que una persona, con una profunda minusvalía en sus derechos, pueda hoy ayudar al empoderamiento ciudadano de quienes no soportan estar sometidos ni a monopolios informativos ni a gobiernos autoritarios, es un suceso esperanzador frente a las tan recurrentes visiones apocalípticas del futuro.
Todos los sueños de paz mundial, las utopías justicieras, los anhelos de realización personal, los más caros propósitos del género humano ya no tendrán que esperar por "alguien" que les abra un espacio donde exponerse. Ya no hará falta un permiso burocrático. No será necesario amasar una fortuna o tener detrás un amenazante ejército armado hasta los dientes. Ni siquiera será preciso estar bajo la sombrilla de un partido político o una organización determinada. Aquí tiene usted una ventana, o mejor dicho la carpintería para construirla. Asómese a mirar y a que lo vean.
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