Los cubanos que tenían
menos de 15 años en julio de 2006, cuando se anunció la enfermedad del entonces
presidente, apenas recuerdan el timbre de su voz. Solo conocen las fotos en las
que aparecía últimamente cuando lo visitaba algún invitado extranjero o a
través de sus cada vez más disparatadas reflexiones. Es la generación que nunca
vibró con su oratoria y jamás lo secundó en el temible grito de
"¡Paredón!" con el que hizo bramar la Plaza de la Revolución.
Esos jóvenes ya se han
encargado de reducir su dimensión histórica, en proporción inversa con la
desmesura que exhibió para gobernar esta nación. No dejarán de escuchar una
sola letra de sus canciones preferidas de reggaetón para entonar la consigna de
"Viva Fidel". No darán a luz a una ola de recién nacidos que lleven
el nombre del extinto y tampoco se golpearán el pecho ni se rasgarán las
vestiduras durante el sepelio.
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