“Si se comienza por un diálogo con la Casa Blanca antes de un diálogo nacional, no está mal. El orden de los factores no altera el producto final, salvo que se deseche algún factor, y no habría así un nuevo resultado en la ecuación. Pero siempre será más importante el diálogo nacional…”
¿La hora del cambio?
Orlando Márquez
Palabra Nueva (www.palabranueva.net)
Febrero, 2009
Después de trabajar durante más de un año a solicitud del Centro de Política Nacional de Washington (CNP por sus siglas en inglés), un equipo bipartidista dirigido por el ex embajador de Estados Unidos en México James J. Jones, e integrado entre otros por el entonces obispo auxiliar de Miami, Thomas Wenski, el profesor universitario Max Castro y el empresario cubanoamericano Carlos Saladrigas, presentó el 23 de enero de 2003 un informe titulado “Relaciones Estados Unidos-Cuba: momento para un nuevo enfoque”.
En el informe de veinte páginas se afirmaba que “lo más probable es que Estados Unidos alcance sus objetivos respecto a Cuba a través de la negociación en lugar del aislamiento”. El texto no recomendaba al gobierno del ex presidente George W. Bush levantar el embargo, sino iniciar una nueva política, y permitir los viajes de ciudadanos estadounidenses a la Isla, facilitar las ventas de medicinas y alimentos, eliminar los límites existentes entonces a las remesas, revisar las legislaciones vigentes sobre Cuba, viabilizar el intercambio científico, profesional y académico, y desarrollar la cooperación bilateral en temas de interés mutuo como la lucha contra el tráfico de drogas y de personas, la lucha contra el crimen y la protección del medio ambiente. Al principio todo fue ignorado y, un año después, el gobierno hizo exactamente lo contrario.
A finales de 2007 pude encontrarme en Washington con un funcionario norteamericano del anterior gobierno. Hablamos, claro está, sobre Cuba y Estados Unidos. Coincidió conmigo en que la política de aislamiento, heredada, mantenida y fortalecida por su gobierno no tenía seguidores. ¿Y entonces?, pregunté. Argumentó sobre los principios de la libertad, el respeto a los derechos humanos… Asentí. Añadí que el aislamiento ha traído solo más problemas, y pregunté si consideraba a China y Arabia Saudí, dos importantes socios de su país, como ejemplos de libertad y respeto a los derechos humanos. No hubo más argumento, y me confesó entonces que sus superiores no perdonaban, entre otras cosas, que el ex presidente cubano Fidel Castro hubiera pensado en lanzar un ataque nuclear contra Estados Unidos durante la crisis de los misiles ¡en 1962!... Y quien quedó sin argumentos fui yo, porque ante la irracionalidad y la pasión es imposible argumentar. Debo añadir que el funcionario en cuestión no se manifestó solidario con tal política, solo compartió conmigo lo que no estaba en sus manos decidir.
¿Cuán distinto se ha manejado el asunto de este lado? Ciertamente la pasión no ha faltado. Después de nuestros “logros en salud y educación”, todos estos años no ha habido tema más importante en los medios de comunicación nacionales que los males de Estados Unidos: sus disparates presidenciales; sus crisis económicas; su violencia social; su racismo (esto tal vez cambie algo con la elección de Obama); sus abusos policiales; sus sintechos; sus millones de habitantes sin seguro médico; sus drogadictos… Pareciera que todo el mal del mundo está allí y únicamente allí, lo peor, lo más despreciable. Y el intento por distinguir a los gobernantes norteamericanos del “noble pueblo norteamericano” –que los elige– resulta absurdo e insostenible.
“Una carta que marcó la historia”, fue el título escogido por el diario Granma el pasado año para acompañar la reproducción de la carta escrita cincuenta años atrás –cuatro años antes de la crisis de los misiles– por el Comandante en Jefe del Ejército Rebelde, Fidel Castro Ruz, a Celia Sánchez, después que los aviones de la fuerza aérea cubana atacaran el bohío de un campesino con bombas hechas en Estados Unidos. En dicha carta el ex presidente cubano escribió: “Al ver los cohetes que tiraron en casa de Mario, me he jurado que los norteamericanos van a pagar bien caro lo que están haciendo. Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero”. No consta que el ex presidente siguiera considerando lo mismo cuando meses después Estados Unidos suspendió la venta de armas al gobierno de Fulgencio Batista. Ni fue repetido después. Aunque sí reimpreso, como esta vez el 5 de junio de 2008, con un título que nos sugiere, o pretende reafirmar, que nuestra historia está signada por el conflicto permanente con Estados Unidos.
Independientemente de lo criticable del apoyo del gobierno de Estados Unidos al de Fulgencio Batista, y de toda la fastidiosa y condenable injerencia en los asuntos cubanos durante la primera mitad del siglo xx , ¿realmente debía depender nuestra historia presente y futura del desdichado ataque contra la humilde casa de un campesino realizado hace más de 50 años y de los sentimientos manifestados en una carta escrita al calor de esos acontecimientos?; ¿debemos depender para siempre de lo que pudo ser y no fue durante la crisis de los misiles en 1962? No lo creo.
Barack Obama, durante su campaña electoral y contra todos los moldes establecidos, manifestó su disposición a dialogar con los líderes de los países considerados enemigos de Estados Unidos, incluida Cuba. Del lado de acá, no puede ser más evidente la voluntad para el diálogo enunciada una y otra vez por el presidente Raúl Castro.
Para muchos en su país, Obama es todavía un enigma. ¿Y para Cuba? Bueno, pues aquí la incógnita se amplifica. Buena parte de los cubanos están –estamos– a la expectativa de si el supuesto cambio en el modo de hacer política dentro de Estados Unidos y, por tanto, su proyección al exterior, implicaría también un cambio en las relaciones con Cuba.
Sin embargo, Cuba es una urgencia únicamente para los cubanos. Es poco probable que el tema cubano vaya a tener preferencia inmediata en el nuevo gobierno de Estados Unidos. Pero aún así, Cuba (con sus cubanos en diferentes posiciones), no debe ser ignorada: demasiado cercana; demasiado activa; demasiado influyente a nivel internacional, regional y aun dentro mismo de Estados Unidos; demasiado desafiante y, tal vez, hasta con demasiado petróleo sin explotar.
Pero a pesar de esas disponibilidades manifestadas por ambos presidentes, ya se escuchan las alarmas del espanto –aquí y allá– contrarias a un nuevo status en las relaciones entre los dos países. Las rémoras fantasmales de la guerra fría se alzan otra vez, pretendiendo ignorar el reclamo de millones de personas. De aquel lado algunos hablan del peligro de “reconocer” a una dictadura que no cambia nada; de este lado, quienes alegaron siempre la inminencia de la invasión militar, gastado ya este discurso, alegan ahora el peligro de la “invasión cultural” que nos puede destruir.
Ante ciertas condiciones históricas y determinadas demandas que llegan en el momento oportuno y a las que es preciso corresponder, hace falta voluntad política para actuar con decisión y coraje. Del mismo modo en que el nuevo padre de familia no puede actuar ya como cuando era solo hijo, el nuevo responsable de una nación, sea grande o pequeña, no puede actuar, únicamente, como guardián de la historia anterior. La historia no se traiciona, ni se modifica, ni se detiene, ni se borra o escribe por anticipado. La historia se hace cada día y es preciso estar dispuesto a asumir la propia, y saber comprometerla y enriquecerla con la historia de otros.
Entonces hay que comenzar a hacer política desde la razón, como sugiere el informe mencionado al inicio de estas páginas. Hay efectivamente intereses comunes en los que es conveniente trabajar no solo para anticipar las crisis, sino por responsabilidad política con la región y con los propios ciudadanos de los dos países, pues hay demasiado dolor, demasiada ruptura y demasiada muerte.
Las señales de los dos presidentes sugieren un aparente compromiso con la hora presente: la hora del cambio. Gesto por gesto y concesiones mutuas fue un buen primer mensaje de parte del presidente cubano al norteamericano a inicios del año. Buena señal podrían enviar al mundo si demuestran que es posible el entendimiento y el encuentro entre generaciones y pensares distintos, y que la vida y las relaciones entre los dos pueblos no es dictada por el “destino manifiesto” ni por un “sentimiento antiimpe-rialista”.
¿Llegará por fin con esta nueva administración norte americana, y lo que parece ser un nuevo discurso en Cuba, la hora del reencuentro, el alivio para millones de cubanos, la oportunidad negada a los norteamericanos? Tal vez sí. Debemos esperar que sea así y hay muchos motivos para desear que sea así. Debemos exigir que sea así, aunque no me gusta la idea de condicionar toda nuestra mejora interna a las relaciones con Estados Unidos.
Siempre consideré que nuestra crisis es nuestra, que debe ser resuelta entre cubanos y que, en algún momento, el diálogo para solucionarla pasaría también por la Casa Blanca. No logramos despojarnos aún del virus que condiciona nuestra existencia a lo que ocurra en, y desde, Estados Unidos: ¡tanto han incidido en los asuntos de Cuba! Si se comienza por un diálogo con la Casa Blanca antes de un diálogo nacional, no está mal. El orden de los factores no altera el producto final, salvo que se deseche algún factor, y no habría así un nuevo resultado en la ecuación. Pero siempre será más importante el diálogo nacional, porque si Obama no es el cambio para Cuba, ¿no cambiaremos Cuba para los cubanos? den una ‘normalización negociada' con la isla.
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