Conocí a Ernesto Lozano en el otoño del 2009. Me impresiono su energía, su gentileza. Esto último no siempre se encuentra en las
personas, en el cubano. Ernesto, Pop personificado, de esos cubanos que encuentran el éxito en el extranjero. Cubano de los que se asimilan en el exterior
de tal manera que se mutan nativos de esos lares que les toca vivir. Para Ernesto, México, Ciudad de México, para
ser más concreto. Pocos conocen la
capital azteca como él. Cuna de muchas
de sus mejores obras. Parte de su
costumbre cotidiana, Ernesto, de esos que se levantan temprano en la mañana
para hacer jogging y luego a trabajar.
Mexicano, Ernesto nunca ha dejado de ser cubano, holguinero, para ser más
concreto. Un ser universal. Este fin de semana que pasó me enteré que
había fallecido en su México lindo. La
noticia me dejo consternado. Una muerte
de esas que dan de pronto. Deja Ernesto
una obra maravillosa. Obra que lo tendrá
a él entre nosotros para siempre. Lo
recordaré como lo recuerdo ahora, preocupado por Cuba, haciendo por ella lo que
estaba a su alcance. Lo recordaré como
lo recuerdo ahora, lleno de energía, gentil.
Sus restos llevados a su natal Holguín, abonando, como de costumbre en
él.
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