Entre
las mansiones coloniales derruidas y los solares abandonados de la capital
cubana, se observan también casas recién reformadas, a menudo convertidas en
esos restaurantes privados bautizados como “paladares” en el argot popular.
“Ha
habido ventas, sobre todo de pequeños apartamentos”, cuenta Ernesto, un cubano
de 47 años que trabaja en La Habana como “corredor” o agente inmobiliario, una
ocupación en realidad ilegal en la isla. Por eso prefiere no figurar con su
nombre real. Es a menudo “gente que vive en Europa”, agrega.
“Cuando
yo empecé en esto, hace 20 años, un apartamento de un cuarto valía US$ 3.000 o
US$ 4.000”, cuenta el corredor Ernesto. “Ahora en la ley están en US$ 15.000”,
agrega. “Hay casas que se venden en US$ 300.000 y que en su momento valdrán dos
millones de dólares”, cree.
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