La sequia había durado ahora por diez semanas, ¿diez meses, diez años, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta? El reinado de las terribles tiñosas hacía rato había terminado. Aquí en el Caribe, en la isla que se conoce como La Llave, La Perla, El Caimán, aquí la Batalla de las ideas había llegado a un feroz clímax, y el vencedor todavía no se veía por ninguna parte. En esta tierra del despilfarro destartalado, solo el pequeño, el ágil o el fiera, podía propagarse, inclusive, aspirar a la esperanza de sobrevivir.
La humanidad entonces, como ahora, en su casi totalidad no florecía, inclusive, ya se encontraba, también como ahora, demasiado rumbo a la extinción. Unos pocos a lo largo y ancho de la isla creaban la alternativa como lo hacen hoy, unos pocos, en las esquinas, en las rendijas, en los solares, del Paraíso del obrero. Solo que ahora, mucho más que entonces, se hace urgente que la alternativa se haga la norma. Se hace urgente que los unos pocos se propaguen, y sean los muchos. Se hace urgente que la alternativa se haga la norma antes que sea ya muy tarde para todos. ¡Seamos entonces, los muchos que podemos ser!
Bienvenidos a la Nueva onda.
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