Pablo es todo lo que yo no quiero ser. ¿Yo era como él antes? Es posible. Cuando entramos en el garaje a llenar el tanque me sentí aliviado. El olor de la gasolina siempre me agrada, me limpia y hasta me embriaga un poco. Se me quitaron las ganas de vomitar. Pablo empezó a protestar porque no revisaron el aire de las gomas, ni limpiaron el parabrisas. Yo me alegre: la Revolución, aunque me destruya, es mi venganza contra la estúpida burguesía cubana, contra mi propia vida cretina. Juro que me alegré cuando el garajista lo tiró a mierda.
-Mírame el aceite, por favor –le pidió Pablo.
-No hay aceite… Si quiere se lo miro de todas maneras.
-Ya para qué –contestó Pablo, y yo sonreí. La verdad que soy un descarado.
-¿Viste el servicio? Ya ves, aquí todo está jodido. Ni siquiera los obreros están con la Revolución. Ni siquiera este muerto de hambre está con la Revolución. ¿Qué te parece?
No le contesté, no le dije nada. Estaba contento al verlo sufrir.
-Si yo pudiera, por mi madre, ahora mismo destartalaba el carro ya de una vez. ¿Por qué no lo hago? Tú eres bobo. Está inventariado. Si lo rompo no me dejan salir. No, si hasta he tenido que mandarlo chapistear y pintar. Yo no me arriesgo por nada del mundo a que no me dejen salir. Tenía un guardafango abollado y lo llevé a pintar. A mí no me hacen una maraña por culpa de un guardafango, de ninguna manera. Yo no voy a dejar que se agarren por nada. Voy a dejarles un carro nuevecito, de paquete, como si acabara de llegar de la fábrica de Detroit. Aquí no van a volver a ver un carro nuevo americano. ¡Con lo que gustan aquí los americanos! El cubano no aguanta una revolución sin carros americanos. Te lo digo yo.
sábado, 8 de enero de 2011
Rewind: Memorias del subdesarrollo
Foto de mi viaje a La Habana
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario