Salía del Tower, de ver Unfinished Spaces, llevaba
tiempo por ver el documental y por fin lo vi el jueves, pero vuelvo al
principio, salía del Tower y presentí un yo no sé qué. A ver, cuando
entre al cine era ya de noche sí, pero ahora cuando salía la noche me era otra,
más escénica, ¿más escenario? Me refiero a que al haber menos publico en
la calle entonces, casi nadie, solo el tránsito de los carros, las luces de
dichos de vez en cuando pasándome por al lado, los establecimientos muchos de
ellos cerrados, todo esto me daba sensación a, presentía un, como decía, ese yo
no sé qué.
¿Más magia?
Porque eso sí, la Calle Ocho de Miami, Capital del Exilio, tiene su
encanto por la noche. Sobre todo si es
un Viernes Cultural. Pero lo del jueves
fue algo que me llego de pronto. La
noche con mucha más magia entonces. El
encanto fue tal que en vez de ir directamente a mi auto para regresar a mi
hogar como tenía previsto, me dieron ganas de caminar un poco.
Y de pronto me llego la idea, un sentir, de que estaba yo
ya en casa. A ver si me explico. Sentí de pronto que de todo Miami, es en la
Calle Ocho donde más me siento identificado.
Muchos de los negocios en esa calle histórica ya no son los mismos,
aunque algunos, un buen numero siguen ahí en pie de lucha. Pero son los recuerdos, son mis memorias de
esa calle, que son parte de mi historia, tan buena parte que es esta calle,
ancla y compás mío.
Me he pasado las ya más de cinco décadas de mi
existir pensándome, sintiéndome alienado en la ciudad en la que más he
vivido. Cuando hace como un par de años
estuve unos días en La Habana, allí increíblemente no siendo habanero, nunca
habiendo estado allí antes, me sentí más en casa que en Miami. Y este jueves, caminando de noche por la
Calle Ocho, me doy cuenta, gracias a ese yo no sé qué, siento ciertamente por
primera vez que estoy en casa. Algo que
me hizo sonreír, incrédulo de lo alegre al descubrirme de pronto, en casa.
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