Pero hay más. A falta de saber si podrán aprovechar el momento agridulce que viven desde la muerte de Zapata, los disidentes cubanos padecen males no siempre atribuibles a quienes los reprimen. Están divididos, por problemas ideológicos y por desconfianzas alimentadas por su frecuente infiltración desde la Seguridad del Estado. No cuentan con líderes lo bastante visibles, ni con un proyecto claro. Tienen problemas de independencia financiera que facilitan su manipulación desde EE.UU., donde se dedican 20 millones de dólares a financiar la "promoción de la democracia" en la isla. El reparto del dinero, del que a la disidencia interna sólo llegan migajas, es fuente de recelos y peleas; en Miami y aquí.
Una carencia no menos grave está en los mensajes. Tal como se espera de ellos en Europa y Norteamérica, los opositores claman ante todo, con plena legitimidad, por los derechos humanos, la libertad de expresión, la democracia y la excarcelación de los presos de conciencia. Lo malo es que, aunque no resulte políticamente correcto, lo cierto es que en Cuba casi nadie habla de estas cosas. Preocupan los salarios y los precios, el desabastecimiento, los robos y el deterioro en la sanidad y la educación. Apenas se oyen palabras como amnistía, libertad o elecciones libres. Quizá porque aquí se ignora todo eso. O porque nadie ha sabido conectar tales conceptos con las preocupaciones de cada día. El restablecimiento de la conexción pasaría por aceptar que el protagonista del debate cubano debe ser el público cubano. Mientras tanto, los cubanos, a los suyo.
“He transcrito el artículo publicado ayer en la versión papel de La Vanguardia con un análisis que de la disidencia interna cubana hace el corresponsal en Cuba, Fernando García. Ya en otras ocasiones me paré a leer con atención otros artículos de García, entre los cuales uno sobre el exilio de Miami que hizo en un viaje a Florida” Joan Antoni Guerrero
No hay comentarios:
Publicar un comentario