miércoles, 6 de mayo de 2009

El presidente Obama, su ejemplo e inspiración latentes para Cuba

Presidente Barack H. Obama

El presidente Obama, su ejemplo e inspiración latentes para Cuba

Rolando H. Castañeda y Lorenzo Cañizares

El presidente Barack H. Obama con unos 100 días de gobierno muestra una serie de ejemplos y desafíos al mundo, los cuales también son particularmente aplicables a Cuba. Ha planteado enfrentar simultáneamente y con determinación varios problemas fundamentales que afectan a la sociedad estadounidense y desea establecer buenas relaciones y distensión con el resto del mundo, especialmente con sus vecinos más próximos. Está más interesado en el futuro y en lo que es necesario cambiar que en enmarañarse en saldar conflictos y desencuentros del pasado. Ha abandonado la consigna simplista y sectaria de conmigo o contra mí, así como descalificar sus adversarios, que no sólo caracterizaron a la administración anterior sino que traen recuerdos de los talibanes cubanos de ambos lados del Estrecho de la Florida.

El presidente Obama está centrado en una estrategia de gran envergadura para cambiar el modelo neoliberal prevaleciente a principios del Siglo XXI y reformular el papel del Estado en la sociedad para brindar servicios sociales básicos a todos, regular los grandes poderes económicos y establecer una escala diferente de valores donde las violaciones a los derechos humanos estén proscritas. Así, decidió cerrar la Base de Guantánamo, eliminar las torturas, así como las restricciones a los viajes y remesas de los cubanoamericanos a la isla. Su actitud resuelta fundamentada en sí se puede, o más bien en sí podemos, está llevando a que el pueblo estadounidense recobre su confianza y perciba con más optimismo y ecuanimidad el futuro en momentos socioeconómicos aún difíciles, a que lo apoye mayoritariamente y a que aumente su popularidad personal. La oposición republicana se ha concentrado en rebatirlo con posiciones ideológicas y condenar sus propuestas pragmáticas de cambio en vez de ofrecer alternativas, específicas y viables, lo cual ha tenido el efecto adverso de consolidar su liderazgo interno y externo.

Por su parte, el gobierno Cuba después de unos 645 días del recordado discurso de Raúl Castro del 26 de julio del 2007 en el cual prometió cambios estructurales y de conceptos, así como eliminar prohibiciones excesivas que desató la mentalidad y actitudes de cambio y superación de los cubanos, sólo ha realizado algunos que, aunque bienvenidos y significativos, son de efectos limitados. Estos incluyen la subscripción de dos tratados internacionales sobre derechos humanos que comprenden temas económicos y sociales, así como civiles y políticos, autorizar la venta de artículos generalmente fuera del alcance de la mayoría de los ciudadanos y otorgar tierras en usufructo a los campesinos. Adicionalmente, en Brasilia el general Raúl Castro señaló en una rueda de prensa que está dispuesto al diálogo con los que difieren respetuosamente (“El mundo sería muy aburrido si todos tuviéramos que pensar igual de todo. La diferencia es una virtud, lo que hay es que saber llevar las discrepancias con altura, respetando a los demás, sencillamente; pero exigiendo que se nos respete”). En Caracas indicó que está dispuesto a discutir todos los temas pendientes con los EE.UU. A pesar de las restricciones aún vigentes del embargo, EE.UU. es el quinto socio comercial de Cuba.

La diáspora ha dado pasos concretos conciliatorios, apoyando la derogación de las políticas de la Administración de George W. Bush y ha manifestado su disposición a un diálogo con las autoridades cubanas sobre la reconciliación y reunificación nacional. Esto ha hecho evidente que el enemigo y el peligro más importantes que el gobierno cubano enfrenta no son ni el gobierno de los Estados Unidos ni la diáspora, sino la posición inmovilista e intransigente de los talibanes internos apegados a una ideología del siglo XIX y a modelo social que ha fracasado categóricamente a nivel mundial en el siglo XX.

El presidente Obama y el general Raúl Castro están enfrascados y confrontan problemas similares de cómo hacer realidad las expectativas de cambio que generaron en sus respectivos países.

Consideramos y proponemos un pronto diálogo y normalización de las relaciones entre las autoridades gubernamentales y la diáspora, que además de su valor intrínseco y contribución a la reunificación y reconciliación nacional, sería un paso decisivo para lograr la normalización de las relaciones entre los EE.UU. y Cuba, lo que a su vez conllevará enormes beneficios para el pueblo cubano. Asimismo, consideramos que la diáspora debe hacer claro su rechazo y alejamiento categórico de las posiciones de los talibanes externos de apoyo al aislamiento, al embargo y a las medidas draconianas de la administración anterior hacia Cuba con las que, por error u omisión, la diáspora fue asociada y que tienen, con mucha razón, amplio repudio a nivel internacional, particularmente en Latinoamérica.

¿Somos ingenuos? Todo lo contrario, estamos apoyando con realismo la posición de los académicos e intelectuales y de la disidencia de la isla y de muchos compatriotas de la diáspora que plantean una organización social con mayor participación política y económica, con libertades y derechos civiles y que permita mejorar la difícil realidad cotidiana de nuestros compatriotas. Tarde o temprano habrá líderes en la isla que rechacen vivir con todas las limitaciones y mediocridades innecesarias del presente inspirado en sí se puede, o más bien en sí podemos.

Rolando H. Castañeda es economista cubano-americano; jubilado del Banco Interamericano de Desarrollo. Reside en Washington, DC.

Lorenzo Cañizares es sindicalista cubano-americano. Especialista de Organización para la Pennsylvania State Education Association. Reside en Harrisburg, PA.

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